Había una vez un hermoso barco que navegaba
en el océano de la prosperidad, por la ruta hacia el progreso. El navío no era
de lujo pero estaba bien construido. Encima de su línea de flotación y a lo
largo de toda su estructura, el buque exhibía una triple franja de colores
amarillo, azul y rojo, con ocho estrellas blancas en su franja media. En su
jardín, ubicado en la cubierta superior, había araguaneyes, bucares, samanes,
chaguaramos, caobos; complementados con muchas matas de mango. Haciendo tono
con esta exuberancia vegetal volaban alrededor del lugar guacamayas, pericos,
turpiales, arrendajos, cardenales y alguna que otra corocora. La piscina,
ubicada a popa, servía de hogar a guabinas, cachamas, palometas, tortugas y caimanes.
Alrededor del estanque corrían dantas, venados, pumas, araguatos y muchos chigüires.
En el fondo de la construcción naval había un inmenso depósito de combustible,
suficiente para darle la vuelta al mundo miles de veces.
El buque tenía todo lo que podía ofrecer una
embarcación de su tipo. Los ocupantes de este barco disfrutábamos de la buena
vida; no lo teníamos todo pero tampoco nos faltaba mucho. Las personas en este navío
nos considerábamos afortunados porque Dios había hecho un inmenso regalo al
partir de la botadura del buque; podíamos disfrutar de muchas cosas, pero había
una condición: en el futuro tendríamos que buscar nosotros mismos los recursos
para subsistir. Dios fue claro, los recursos no durarían toda la vida.
Como muchos regalos recibidos por los seres
humanos, este no fue bien apreciado por los habitantes del barco; es más, con
el tiempo nos dedicamos a gastarlo a manos llenas sin preocuparnos mucho por el
porvenir. Nos dispusimos a festejar todo el año; por eso, fuimos lo mayores
consumidores del planeta de whisky escocés, en especial, el de doce años. El
navío hacía muchas escalas en Miami en donde nos dieron el apodo de “ta`barato”
porque comprábamos de todo diciendo: “ta`barato, dame dos”. Como el buque tenía
muchas cubiertas dedicadas al descanso, allí nos congregábamos muchos pasajeros
a disfrutar de días feriados y vacaciones, cómodamente instalados en sillas reclinables,
admirando el paisaje y con una fría bebida en la mano. No se trabajaba mucho
porque con esos inmensos recursos ¿para qué?, si todo se podía conseguir. Éramos
felices y no lo sabíamos.
Entonces sucedió una debacle, una crisis sin
precedentes, propiciada quizás por nuestra propia ineptitud. Al principio, los
primeros síntomas de desequilibrio fueron las interrupciones de los servicios.
Cualquier día, al disfrutar de un espectáculo musical fallaba la luz o al
tratar de bañarnos faltaba el agua. No funcionaba el aire acondicionado. Los
pasillos comenzaron a lucir estropeados, con huecos por todos lados y la
alfombra despegada en muchas partes. Luego todo se puso peor; en los corredores
comenzaron a atracar a la gente, robaban en los camarotes y había uno que otro
secuestro. Los restaurantes dejaron de funcionar; por eso, en cada alojamiento
la gente preparaba su propia comida. Comenzaron a escasear los alimentos; para
conseguirlos se formaban inmensas colas en los puntos de abastecimiento. La
estructura comenzó a deteriorarse; con manchas de óxido por todos lados,
decoloración de la pintura y algunas partes rotas, signo claro de la falta de
mantenimiento. Cada cierto tiempo había protestas y se estaban gestando focos
de rebelión. En fin; desastre total, de una manera que ninguno de nosotros
hubiera imaginado.
Para solucionar nuestras tribulaciones, los
pasajeros del buque comenzamos a cambiar de capitán cada cierto tiempo. Nuestro
actual oficial al mando es un hombre alto, con unos bigotes grandes; ex
conductor de autobús.
Andando en nuestro barco entramos al océano
de las tribulaciones. En este mar abundan unos témpanos inmensos que son un
peligro para la navegación. Estos hielos están hechos de un gas sumamente volátil
llamado ilusión. Bajo ciertas condiciones ambientales este gas se sublima a la
inversa; o sea, se solidifica y flota a la deriva.
El liderazgo del jefe ha sido seriamente
cuestionado porque ordenó navegar a alta velocidad, en una noche de niebla. El
maneja el barco cómo si fuera un autobús y eso es muy peligroso. Cómo no
tenemos radar porque se dañó, dependemos de unos vigías para tratar de ver
cualquier obstáculo en la negrura de la tinieblas. Se supone que el panorama
descrito era la receta perfecta para el desastre; pero lamentablemente pocos lo
vieron.
El témpano surgió en la oscuridad de la noche
de una manera imprevista. Uno de los vigilantes avistó el iceberg y en seguida
alertó al puente de mando del peligro. Unos dicen que la mejor manera de
superar el inconveniente hubiera sido girando hacia la derecha a fin de eludir
el obstáculo. Otros más pragmáticos expresaron que lo mejor era ir por el
medio, no importaba si chocaba; total, el buque estaba construido como el “Titanic”,
con compartimientos estancos que a la hora de una colisión sólo unos cuantos se
romperían, quedando el resto para hacer flotar el navío. El capitán ordenó
girar hacia la izquierda, considerado por algunos, la peor decisión, porque el
barco le pegó de lado al témpano, dañando la mayor parte del casco.
Ahora estamos en el medio del océano, dentro
de un barco que hace agua. Cuando todos los habitantes del buque tratamos de
ver el obstáculo que ocasionó nuestra desgracia sucedió algo insólito, el
témpano se evaporó. El Iceberg está hecho de ilusión, un material sumamente
sensible que se sublima, se convierte en vapor cuando intentamos ver la
realidad; por eso, al rato del siniestro, el causante ya no estaba.
En nuestra desesperación buscamos ayuda. Un
buque chino ofrece reflotarnos a cambio de convertir nuestro barco en un
inmenso restaurant especializado en lumpias, arroz chino y chopsuí. Otro barco
llamado F.M.I. (Flujo de Mierda Intencional) nos sugirió un posible socorro si
convertimos nuestra embarcación en un gran prostíbulo con nuestras bellas
mujeres trabajando como meretrices. Nuestro crucero hermano, un yate cubano, en
vez de ayudarnos nos está mostrando el trasero (o sea, la popa), con intención
de irse derechito con dirección norte, buscando un inmenso trasatlántico
llamado Norteamérica.
Las ratas comienzan a tirarse del buque,
señal inequívoca en cualquier navío de que éste se va a hundir. Muchos amigos
del capitán, “los enchufados”, están pensando también en abandonar la
embarcación, pero no lo dicen todavía porque los pueden considerar traidores al
jefe.
Cuando el barco fue diseñado colocaron las
lanchas de rescate junto a la cubierta superior, en donde la clase pudiente,
los “boliburgueses” tienen fácil acceso. Los pasajeros de las cubiertas
inferiores, los que tienen menos recursos, ven con angustia cómo los pocos
botes salvavidas con los que cuenta el crucero no alcanzan para todos.
Ya basta!!; es suficiente, no debemos aceptar
que otros hagan con nosotros lo que les dé la gana!!. Tampoco podemos
resignarnos a quedar en el extremo del buque a esperar que éste se hunda, cual
Rose y Jack en la película “Titanic”. Imposible quedarnos quietos cuando la
banda musical comienza a tocar “alma llanera”, signo irrefutable del final.
No puede ser!!; es hora de tomar acciones. El
barco se hunde, pero nosotros mismos podemos rescatarlo. Hay que cambiar al capitán
o tirarlo por la borda y colocar a otro más sensato que sepa por lo menos dónde
queda tierra firme. Somos muchos, tenemos fuerza; si la mayoría nos ponemos de
acuerdo, es posible mantener el buque a flote hasta llegar a puerto, así sea
cada uno con un tobo sacando el agua que nos inunda.
En mi vida navegando he visto con envidia a
otros buques maravillosos que surcan los océanos. La mayoría son bellos, bien
diseñados, en perfecto estado de funcionamiento. Muchos de esos grandes barcos trabajan
con algo más que el combustible que los impulsa; tienen unos importantes
aditivos para moverse con rapidez y eficiencia, se llaman disciplina,
constancia, trabajo y superación.
Pasajeros de este barco llamado Venezuela; todo
es posible, adelante sin miedo!!
Me gusto mucho mi querido amigo.. Lo voy a compartir vale la pena ser leído por mucho.. :)
ResponderEliminar