lunes, 30 de marzo de 2015

Nuestro barco tricolor

    Había una vez un hermoso barco que navegaba en el océano de la prosperidad, por la ruta hacia el progreso. El navío no era de lujo pero estaba bien construido. Encima de su línea de flotación y a lo largo de toda su estructura, el buque exhibía una triple franja de colores amarillo, azul y rojo, con ocho estrellas blancas en su franja media. En su jardín, ubicado en la cubierta superior, había araguaneyes, bucares, samanes, chaguaramos, caobos; complementados con muchas matas de mango. Haciendo tono con esta exuberancia vegetal volaban alrededor del lugar guacamayas, pericos, turpiales, arrendajos, cardenales y alguna que otra corocora. La piscina, ubicada a popa, servía de hogar a guabinas, cachamas, palometas, tortugas y caimanes. Alrededor del estanque corrían dantas, venados, pumas, araguatos y muchos chigüires. En el fondo de la construcción naval había un inmenso depósito de combustible, suficiente para darle la vuelta al mundo miles de veces.
El buque tenía todo lo que podía ofrecer una embarcación de su tipo. Los ocupantes de este barco disfrutábamos de la buena vida; no lo teníamos todo pero tampoco nos faltaba mucho. Las personas en este navío nos considerábamos afortunados porque Dios había hecho un inmenso regalo al partir de la botadura del buque; podíamos disfrutar de muchas cosas, pero había una condición: en el futuro tendríamos que buscar nosotros mismos los recursos para subsistir. Dios fue claro, los recursos no durarían toda la vida.
Como muchos regalos recibidos por los seres humanos, este no fue bien apreciado por los habitantes del barco; es más, con el tiempo nos dedicamos a gastarlo a manos llenas sin preocuparnos mucho por el porvenir. Nos dispusimos a festejar todo el año; por eso, fuimos lo mayores consumidores del planeta de whisky escocés, en especial, el de doce años. El navío hacía muchas escalas en Miami en donde nos dieron el apodo de “ta`barato” porque comprábamos de todo diciendo: “ta`barato, dame dos”. Como el buque tenía muchas cubiertas dedicadas al descanso, allí nos congregábamos muchos pasajeros a disfrutar de días feriados y vacaciones, cómodamente instalados en sillas reclinables, admirando el paisaje y con una fría bebida en la mano. No se trabajaba mucho porque con esos inmensos recursos ¿para qué?, si todo se podía conseguir. Éramos felices y no lo sabíamos.
Entonces sucedió una debacle, una crisis sin precedentes, propiciada quizás por nuestra propia ineptitud. Al principio, los primeros síntomas de desequilibrio fueron las interrupciones de los servicios. Cualquier día, al disfrutar de un espectáculo musical fallaba la luz o al tratar de bañarnos faltaba el agua. No funcionaba el aire acondicionado. Los pasillos comenzaron a lucir estropeados, con huecos por todos lados y la alfombra despegada en muchas partes. Luego todo se puso peor; en los corredores comenzaron a atracar a la gente, robaban en los camarotes y había uno que otro secuestro. Los restaurantes dejaron de funcionar; por eso, en cada alojamiento la gente preparaba su propia comida. Comenzaron a escasear los alimentos; para conseguirlos se formaban inmensas colas en los puntos de abastecimiento. La estructura comenzó a deteriorarse; con manchas de óxido por todos lados, decoloración de la pintura y algunas partes rotas, signo claro de la falta de mantenimiento. Cada cierto tiempo había protestas y se estaban gestando focos de rebelión. En fin; desastre total, de una manera que ninguno de nosotros hubiera imaginado.
Para solucionar nuestras tribulaciones, los pasajeros del buque comenzamos a cambiar de capitán cada cierto tiempo. Nuestro actual oficial al mando es un hombre alto, con unos bigotes grandes; ex conductor de autobús.
Andando en nuestro barco entramos al océano de las tribulaciones. En este mar abundan unos témpanos inmensos que son un peligro para la navegación. Estos hielos están hechos de un gas sumamente volátil llamado ilusión. Bajo ciertas condiciones ambientales este gas se sublima a la inversa; o sea, se solidifica y flota a la deriva.

El liderazgo del jefe ha sido seriamente cuestionado porque ordenó navegar a alta velocidad, en una noche de niebla. El maneja el barco cómo si fuera un autobús y eso es muy peligroso. Cómo no tenemos radar porque se dañó, dependemos de unos vigías para tratar de ver cualquier obstáculo en la negrura de la tinieblas. Se supone que el panorama descrito era la receta perfecta para el desastre; pero lamentablemente pocos lo vieron.
El témpano surgió en la oscuridad de la noche de una manera imprevista. Uno de los vigilantes avistó el iceberg y en seguida alertó al puente de mando del peligro. Unos dicen que la mejor manera de superar el inconveniente hubiera sido girando hacia la derecha a fin de eludir el obstáculo. Otros más pragmáticos expresaron que lo mejor era ir por el medio, no importaba si chocaba; total, el buque estaba construido como el “Titanic”, con compartimientos estancos que a la hora de una colisión sólo unos cuantos se romperían, quedando el resto para hacer flotar el navío. El capitán ordenó girar hacia la izquierda, considerado por algunos, la peor decisión, porque el barco le pegó de lado al témpano, dañando la mayor parte del casco.
Ahora estamos en el medio del océano, dentro de un barco que hace agua. Cuando todos los habitantes del buque tratamos de ver el obstáculo que ocasionó nuestra desgracia sucedió algo insólito, el témpano se evaporó. El Iceberg está hecho de ilusión, un material sumamente sensible que se sublima, se convierte en vapor cuando intentamos ver la realidad; por eso, al rato del siniestro, el causante ya no estaba.
En nuestra desesperación buscamos ayuda. Un buque chino ofrece reflotarnos a cambio de convertir nuestro barco en un inmenso restaurant especializado en lumpias, arroz chino y chopsuí. Otro barco llamado F.M.I. (Flujo de Mierda Intencional) nos sugirió un posible socorro si convertimos nuestra embarcación en un gran prostíbulo con nuestras bellas mujeres trabajando como meretrices. Nuestro crucero hermano, un yate cubano, en vez de ayudarnos nos está mostrando el trasero (o sea, la popa), con intención de irse derechito con dirección norte, buscando un inmenso trasatlántico llamado Norteamérica.
Las ratas comienzan a tirarse del buque, señal inequívoca en cualquier navío de que éste se va a hundir. Muchos amigos del capitán, “los enchufados”, están pensando también en abandonar la embarcación, pero no lo dicen todavía porque los pueden considerar traidores al jefe.
Cuando el barco fue diseñado colocaron las lanchas de rescate junto a la cubierta superior, en donde la clase pudiente, los “boliburgueses” tienen fácil acceso. Los pasajeros de las cubiertas inferiores, los que tienen menos recursos, ven con angustia cómo los pocos botes salvavidas con los que cuenta el crucero no alcanzan para todos.
Ya basta!!; es suficiente, no debemos aceptar que otros hagan con nosotros lo que les dé la gana!!. Tampoco podemos resignarnos a quedar en el extremo del buque a esperar que éste se hunda, cual Rose y Jack en la película “Titanic”. Imposible quedarnos quietos cuando la banda musical comienza a tocar “alma llanera”, signo irrefutable del final.
No puede ser!!; es hora de tomar acciones. El barco se hunde, pero nosotros mismos podemos rescatarlo. Hay que cambiar al capitán o tirarlo por la borda y colocar a otro más sensato que sepa por lo menos dónde queda tierra firme. Somos muchos, tenemos fuerza; si la mayoría nos ponemos de acuerdo, es posible mantener el buque a flote hasta llegar a puerto, así sea cada uno con un tobo sacando el agua que nos inunda.
En mi vida navegando he visto con envidia a otros buques maravillosos que surcan los océanos. La mayoría son bellos, bien diseñados, en perfecto estado de funcionamiento. Muchos de esos grandes barcos trabajan con algo más que el combustible que los impulsa; tienen unos importantes aditivos para moverse con rapidez y eficiencia, se llaman disciplina, constancia, trabajo y superación.

Pasajeros de este barco llamado Venezuela; todo es posible, adelante sin miedo!!

1 comentario:

  1. Me gusto mucho mi querido amigo.. Lo voy a compartir vale la pena ser leído por mucho.. :)

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